jueves, 30 de julio de 2009

Día 2

Hay tantas cosas que decir que se me nubla la vista y se me congelan los dedos en el momento en que intento explicar. La voz no la necesito pero ahora anda resquebrajada por la sucesión de acontecimientos que esta mañana se han ido sucediendo, no de forma lenta y tranquila, sino colérica y enfadada, chafándose uno momento con el otro, amontonándose en los minutos calientes.

Intentaré hacerlo de forma ordenada, sin dejar ningún detalle a la imaginación, con precisión y coherencia. Me costará, y pido disculpas al lector de mi diario porque todo yo soy un manojo de nervios y caos.

Me he despertado con un nudo enorme en el estómago. No recuerdo que es lo que me ha hecho quedarme en este estado, pero no me he sentido muy bien. Lo he atribuído a un mal sueño, a una rara sensación matutina de haber dormido mal y poco. A las siete ya estaba en pie, almorzando como de costumbre. La comida siempre está en mi mesa y nunca he logrado explicármelo. Al principio, me quedaba esperando a ver que hada mágica y misteriosa me traía cada día mis tostadas y mi café, pero ese ser invisible y rápido nunca se presentaba si tenía los ojos abiertos. A las ocho aún estaba en pijama y con sueño, así que he pensado que la mejor opción sería tumbarse un rato más, haciendo una concesión a mi mala noche. En ese momento, alguien sorbía su café, otro agarraba el periódico para enterarse de los desastres del día y otro cogía ya el autobús para ir a trabajar. Otro, y este es el que me interesa, ha levantado su puño energicamente y lo ha lanzado contra mi puerta de madera. Me ha embargado una extraña sensación, de aquellas que uno siempre tiene al probar algo nuevo demasiado arriesgado o de aquellas que te vienen cuando esperas algo que no deseas.

He dudado en abrir la puerta, evidentemente. Un mal presagio se amontonaba en mis sienes y me ha costado volver a mi ritmo habitual de respiración. Mi habitación aún estaba entre sombras y dudas, pero he optado por descubrir el misterio de la puerta sonora. He abierto y me he encontrado a alguien a quien no deseaba ver por nada del mundo. De todas las personas que podrían venir a visitarme y que no lo han hecho porque en su memoria yo no estoy presente, aquella visita me ha resultado sumamente desagradable. En el momento en que lo he visto, un jarrón de agua fría se ha precipitado por mi cuerpo bruscamente y mis ojos se han abierto hasta salirse de las cuencas.

-Te dije que estuvieras listo, Gabriel - me ha dicho la voz metálica.
- No me he dado cuenta de la hora, lo siento - he contestado yo sin energía.
-Te doy un minuto. Nos esperan.

Sin saber que hacer, le he dado la espalda. ¿Qué significaba todo esto? ¿Qué debía hacer, vestirme, despertarme o echarme a dormir? Este hombre podía matarme, en ese momento lo supe. Cuando abrí la puerta lo primero que me había sorprendido era un bulto que salía de su cinturón. Lo primero que pensé fue que se trataba de una pistola. Ahora vosotros pensaréis que soy un poco paranoico, que estoy enfermo y que alucino las cosas. Si hubiérais visto la cara del hombre que por segunda vez veía, sabríais que era muy factible que llevara una pistola.

Me vestí rápidamente mientras el hombre horrible esperaba en el umbral, de espaldas. Todos mis movimientos, pausados por costumbre, se habían vuelto torpes, como rotos. Dije un escueto "ya estoy" y el hombre ha bajado las escaleras. Por el camino me he encontrado a la portera, que me ha mirado extraña y ha estado a punto de preguntarme algo, pero no lo ha hecho. He salido a la calle. Hacía mucho que no lo hacía. El aire tibio ha chocado contra mi cara, el sol ya estaba en pie. ¡Qué sensación más rara he tenido! El nudo de mi estómago se ha expandido por todo el sitio disponible. El hombre de pesadilla me ha acompañado a un coche negro y ha cerrado la puerta.

-¿Y usted? - he dicho extrañado.
-Usted no escuchó nada el otro día. No falle, Gabriel.

Cierto que no sabía de qué me hablaba, y cada vez tenía más miedo. Realmente no sé donde me estoy metiendo y no sé como acabará esto. Cuando creo que es posible que acabe muerto, me embarga el pánico y tengo ganas de gritar muy fuerte.

El coche ha parado delante de un edificio enorme. Había paseado por allí y nunca lo había visto. Me pareció extraño puesto que mis ojos se abrían detenido ante tal maravilla. El chófer me dijo que era costumbre en esta empresa dar una propina a todos los conductores, aunque fuera mínima y simbólica. Metí la mano en mi bolsillo y saqué un billete de diez. Se lo entregué y le pregunté amablemente si era éste el edificio de tal empresa.

-Sí, claro - me miró extrañado - ¿No ha estado nunca aquí? Todo el mundo ha entrado alguna vez.
- La verdad es que no. Gracias.
-De nada

Me he bajado del coche y he entrado en el gran edificio. Una chica, de unos 25 años, me ha mirado con ternura.

-¿Puedo ayudarle en algo, Gabriel?
-Sí. Me han mandado aquí.
- ¿Busca usted el despacho del señor?
-¿Lo busco?
-Si, lo busca.

Y ahí ha quedado mi conversación con la amable chica. Me ha dado las señas para llegar a él y he dado un par de rodeos antes de entrar, haciéndome el perdido.


Siento decir que no dispongo de más tiempo para explicar el resto y creo que es un error puesto que es lo más importante. A las 2 me pasan a recoger en coche y debo estar listo y prepararlo todo, incluído el perder el miedo a coger un arma. En cuanto disponga de unos minutos seguiré escribiendo, debo recordar con claridad todo lo que me sucede. Es muy importante.

Desde VB, Gabriel.

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